viernes, 25 de noviembre de 2011

Consejos para el viajero de turismo aventura



Un veraneo junto al mar no exige demasiados preparativos ni precauciones: sólo se precisan trajes de baño, quizás una silla cómoda y, definitivamente, un protector solar adecuado y anteojos de sol. 

Pero hay otros destinos de vacaciones que proponen más aventuras en la misma medida que piden más previsiones. Aquí un detalle de las principales y cómo superarlas. 

Deshidratación
En un clima caluroso y de escasa humedad el cuerpo pierde más líquido y este déficit debe reponerse para no comprometer las funciones vitales. Aunque el plan del día sólo incluya una inocente caminata, antes, durante y después del esfuerzo físico hay que tomar líquido, en pequeños sorbos, cada 15 minutos. No sirve vaciar una botella de agua de una vez porque provoca dolor de estómago y en consecuencia el rendimiento físico disminuye. 


Aunque no nos demos cuenta, cuando hace frío el cuerpo también se deshidrata. Entonces rige la misma ley, aunque no se sienta sed. El agua puede alternarse con jugos de fruta, té u otros líquidos no alcohólicos, siempre que no estén muy fríos. 

Las bebidas alcohólicas se llevan mal con la actividad física: provocan deshidratación y, al dilatar los vasos de la piel, hacen que el cuerpo pierda calor. Cuando al cuerpo le falta un litro y medio de líquido, aparecen mareos, fatiga, calambres y a veces sed. Si ya perdió cuatro litros, se seca la lengua, la piel pierde elasticidad, la persona se desorienta y puede incluso perder noción de lo que pasa a su alrededor. 

Fatiga
Puede ser no sólo física, sino también psicológica. Para una persona que siente vértigo, sortear por primera vez una travesía en canopy o tirolesa por los bosques puede ser muy estresante. Los hábitos de vida, el calor, el frío y la altura influyen en la resistencia a la fatiga. Obviamente, cuanto más entrenado se está para enfrentar cualquier desafío, mayor es la resistencia física y psicológica. 

Muchas veces el hecho de no descansar en el momento adecuado, cuando el cuerpo lo ha requerido, puede ser la causa de un accidente. Todo conductor debe estar alerta a las señales que el cuerpo le envía y, en caso necesario, dirigirse hasta el área de descanso más cercana. 

La circulación por vías rápidas, cada vez más extendida, puede convertir la conducción en un acto excesivamente automático. Esto hace bajar el nivel de alerta del conductor y le hace proclive a sufrir distracciones, o a sentir somnolencia o fatiga. Factores que pueden mermar su capacidad para reaccionar correctamente y que desencadenan accidentes, a veces tan inexplicables como graves. 

Un tercio de los conductores ha sentido somnolencia al volante alguna vez. El sueño altera funciones de los sentidos, fundamentales en la conducción, disminuyendo la capacidad de recepción del individuo, que necesita estímulos más intensos. Repercute especialmente en la vista: reduce la agudeza visual y produce visión borrosa. 


El sueño altera la percepción de señales, luces y sonidos, con lo que afecta a la capacidad para estimar distancias y velocidad, por ejemplo, en los adelantamientos. Los conductores que han dormido poco, tienden a hacer movimientos más automáticos y ven disminuida notablemente su capacidad de reacción, así como la velocidad y exactitud de las maniobras que realizan ellos y los demás conductores. 

En el sueño al volante, influyen edad, estrés, fármacos y factores ambientales, y también se percibe en comportamientos nerviosos, tensos y agresivos. En caso de sentir somnolencia, hay La fatiga o el cansancio interfieren en el procesamiento de información y la toma de decisiones del conductor. Como consecuencia, se pueden realizar maniobras inadecuadas para mantenerse en unos márgenes aceptables de seguridad. 

La fatiga aumenta la dificultad para identificar objetos en el ambiente; complica considerablemente la posibilidad de rectificar la trayectoria y control del vehículo, disminuye la vigilancia y atención, aumenta el tiempo de reacción para frenar y reduce la capacidad para realizar dos tareas a la vez como, por ejemplo, mantener una velocidad constante y la posición en la calzada. 


Entre la media hora y la hora de estar conduciendo, la atención se relaja y puede aparecer la fatiga, sobre todo si se ha empezado a conducir ya cansado. La primera previsión es, en caso de tener que conducir de noche, evitar hacerlo entre las 3 y las 7 horas. 

Los consejos para evitar la fatiga se asemejan a los del sueño, tanto unos como otros son aplicables en cualquier momento: 

  • Interrumpir el viaje como máximo cada 2 horas o cada 150 ó 200 kilómetros.
  • Cuando realizamos una parada hay que pasear, moverse o hacer ejercicio durante 20 minutos. 
  • Si han aparecido síntomas de somnolencia dormir unos minutos.
  • Tomar alimentos energéticos, que no favorezcan el sueño.
  • No tomar productos depresores del sistema nervioso central.
  • Beber agua abundante, porque la deshidratación produce fatiga muscular y somnolencia.
  • Mentalizarse de que se va a realizar un viaje largo. 
  • No ponerse metas de tiempo o de velocidad.

Mal de altura
En un suelo elevado, la presión atmosférica disminuye junto con la cantidad de oxígeno, por eso cuesta respirar y suelen aparecer una serie de trastornos que se conocen como apunamiento, soroche o mal de altura. 


De entre todos los destinos posibles para este verano a buen seguro que muchos querrán alejarse de las playas atiborradas de gente y de la arena que se pega a todas las partes del cuerpo para pasar unos días en un paisaje de montaña. Pero este tipo de destinos también tienen sus riesgos, de entre los cuales el más común es el que se conoce como “mal de altura” o “mal de montaña”. 

La incidencia de esta patología aumenta con la altitud. Lo que esta enfermedad refleja es la mala adaptación de nuestro organismo a la altitud más allá de determinados límites, por lo que el turista tardará en acostumbrarse a las disminuciones de oxígeno, temperatura y a la deshidratación. Los síntomas del mal de montaña son dolores de cabeza, anorexia, náuseas, vómitos, fatiga e insomnio. Suelen aparecer después de unas horas y pueden mantenerse de dos a tres días. 

Una persona sana soporta con solvencia altitudes inferiores a los 2.500 metros y a esta altura puede mantener una oxigenación aceptable sin apenas realizar esfuerzos compensatorios por parte de su organismo que vayan más allá de una leve taquicardia. 



El problema llega a partir de los 3.000 metros, que es la altitud a la cual los inconvenientes de la adaptación al déficit de oxigenación de la sangre comienzan a deteriorar la respuesta de nuestro cuerpo. La temperatura desciende 0.7º cada 100 metros, por lo que nuestro organismo deberá realizar mayores esfuerzos por mantener la temperatura corporal si estamos ascendiendo una pendiente. A mayor altitud, mayor pérdida de calor, escalofríos y calambres musculares. Se calcula que el mal de altura afecta aproximadamente al 50% de los montañistas que llegan o superan los 4300 metros sobre el nivel del mar. 

El aire seco de la montaña, la falta de abastecimiento de agua y la sudoración por cansancio son la antesala de una deshidratación que puede ser dramática al incidir principalmente en la reserva energética y en la capacidad para regular el esfuerzo. De esta forma se pasa del esfuerzo útil a la fatiga. Cuando la pérdida de agua corporal afecta al 4-6 % del peso corporal la deshidratación es ya tan importante que puede comprometer la conciencia y la vida. 

Las dos formas más graves del mal de altura son el edema pulmonar y cerebral, que son las dos caras de una mismo proceso, esto es, la carencia de oxígeno.La primera norma que debe aplicarse ante el más mínimo trastorno derivado de la altura, es el descenso a cotas más bajas. En cualquiera caso, y para evitar la patología del mal de altura y sus desencadenantes, es imprescindible hacerse un buen plan de viaje además de una mínima preparación física. 

Los síntomas típicos pues del "mal de altura" y una vez desbordados los mecanismos de adaptación a la altitud, se presentan en forma de náuseas, somnolencia, palidez de piel con sudor frío, taquicardia y fatiga respiratoria. 

El "té de coca" es una bebida comúnmente ofrecida a los turistas que sobrepasan las cotas de los 3.000 metros teniendo esta bebida una mera justificación farmacológica: es analgésica, bradicardizante, provoca euforia y modera la respiración mejorando la sensación subjetiva de cansancio. 

En cualquiera caso y para evitar la fisiopatología del mal de altura y sus desencadenantes, es fundamental un buen plan de viaje además de una mínima preparación física y consejo médico antes de la partida a estos apasionantes viajes.


Antes de un gran desafío, los andinistas realizan repetidos ascensos a alturas progresivas para crear en su organismo la memoria de montaña. La Organización Mundial de la Salud recomienda dividir el viaje permaneciendo dos o tres noches a 2500 o 3000 metros, evitar comidas abundantes, alcohol y exceso de actividad física. Aclara también que los turistas con enfermedades cardiacas, pulmonares o anemia deben consultar a un médico para saber si están en condiciones de emprender una travesía de altura. Si los síntomas no ceden, se debe descender inmediatamente. Los guías y guardaparques suelen contar con medicación apropiada para quienes manifiestan un cuadro crítico.

Fuente de información: viajeros.com